Carlos tiene 42 años y está en recuperación tras sobrevivir siete en situación de calle en Oberá. Con el juego inició una espiral autodestructiva que lo llevó al borde de la muerte. Tomaba alcohol puro con agua, llegó un momento en que sólo gateaba y un día se despertó el Hospital. Una historia real de caída y resurrección
Tuvo familia y la perdió. Tuvo trabajo y lo perdió. Tuvo una casa y la perdió. Tuvo una salud de hierro y la perdió. A los 42 años, Carlos siente que perdió demasiadas cosas y hay días en que se recrimina por los errores del pasado.
Primero cayó en la adicción al juego, la puerta de entrada a otro vicio que casi le costó la vida: el alcoholismo. Vivió en la calle largos siete años y a lo último “sólo gateaba”, como recordó.
Un día despertó en el Hospital de Oberá y nunca supo quién ni cómo lo llevó hasta ahí. Pero sí está seguro de que lo salvaron de morir tirado.
“En la calle vi fallecer a varios compañeros. También mi hermano murió en la calle”, mencionó con evidente tristeza.
Desde hace dos años y siete meses se encuentra alojado en una institución municipal y su recuperación fue notable, ya que llegó con serias secuelas físicas y neurológicas que demandaban 15 medicamentos diarios, aunque hoy sólo toma tres.
“Se me hace que estoy cada día mejor. Ya me afeito solo, cuando hace unos meses era algo imposible. A veces pienso y me da bronca, por qué no me di cuenta antes de que estaba mal. Pero en la calle no pensás en mejorar. La mejoría es la botella. Sólo pensás en conseguir la caña y el cigarrillo”, reflexionó.
Pero Carlos no se estanca en el pasado y se enfoca en lo positivo, en lo que logró y sus objetivos: “Me gustaría charlar con los muchachos que están en situación de calle, contarles mi historia y decirle ‘yo estaba peor que vos y pude salir’, pero ellos tienen que querer”.
Él quiso, tuvo contención y recuperó el vínculo con parte de su familia. Hay que ver cómo se iluminan sus ojos cuando habla de sus nietos.
La timba y la botella
Contó que nació en Florentino Ameghino y tuvo nueve hermanos. Tras la primaria, curso hasta segundo año del secundario y luego trabajó en la chacra con su papá.
Su vida dio un vuelco cuando su novia quedó embarazada y tuvo que asumir nuevas responsabilidades. Tenía apenas 18 años.
“Mi mamá me dijo ‘te podemos dar tu pieza y una olla, y el galponcito de los chivos si quieren para empezar’. Así nos fuimos haciendo y mi señora trabajó a la par mía en la chacra. Comíamos chipa y reviro para ahorrar para comprar nuestro terreno”, detalló con cierto orgullo.
Pero entonces, cuando parecía que todo iba bien, cayó en las garras de la ludopatía y sus sueños empezaron a desbarrancar.
“Empecé a timbear, no pude parar y terminé perdiendo todo lo bueno. Primero jugaba por una cerveza, después por el cajón y el asado. Jugábamos al truco en los bares y me iba a Brasil a jugar por plata. Cobraba y me iba, y casi siempre volvía sin nada”, mencionó.
La adicción al juego borró sus prioridades como padre y esposo y cayó en un precipicio sin fondo: “No le daba tiempo a mi familia. Entre semana trabajaba y los fines de semana me iba a timbear. Me iba el sábado y volvía el lunes, y mi señora se cansó”.
“Un día estaba queriendo comprar un arma, porque en Brasil jugaban armados, y mi señora me dijo ‘adentro del caño de tu revólver vas a poner a tu mujer y a tus hijos’. Me fui a trabajar pensando en eso, pero después igual me fui a timbear”, lamentó.
A la vuelta no tenía plata ni familia, y le ganó la tristeza. “Extrañaba a mi señora, a mis hijos y me consolaba con la botella. Pero es mentira que uno se va a calmar con la bebida”, remarcó.
Tocó fondo y volvió a vivir
Luego de la separación, Carlos se mudó a Oberá y comenzó a trabajar en construcción, mientras se quedaba en casa de una sobrina que le tendió una mano. Ya para entonces, uno de sus hermanos se hallaba en situación de calle.
“Un día me crucé con mi hermano y me invitó un trago de caña. Primero fue feo, pero ya por el tercer trago me pareció rico. Como tenía plata, fui y compré un litro. Estuve tres días en la calle tomando con mi hermano y sus amigos”, detalló.
Volvió a la casa de la sobrina y discutieron. Avergonzado, regresó a la chacra y vivió un año solo, trabajando de lunes a viernes y tomando los fines de semana.
Entonces pesó la soledad y volvió a Oberá. Para entonces su hermano ya tomaba alcohol puro con agua, veneno que al poco tiempo se adueñó de los días de Carlos.
“Vivía en la calle y tenía que pedir para consumir. Primero me costaba pedir, pero después ya no había vergüenza ni límites. Fueron siete años así. Pedía en la vereda de la Catedral y en la esquina de Sarmiento y Jujuy. A lo último cruzaba la avenida gateando y un día me desperté en el Hospital”, rememoró.
Luego de dos semanas internado, pasó algunos días en el Refugio Sol de Noche, dependiente de la comuna, del cual recuerda al encargado con afecto, ya que “me daba de comer porque yo no podía agarrar la cuchara”.
Hoy reside en otra institución municipal y también recibe apoyo desde Cáritas, cuyos referentes lo conocen de los tiempos en que pedía limosnas en la Catedral.
“No sé si dar consejos, pero puedo contar lo que a mí me sirve. Pensar ‘hoy no voy a tomar y si no tomo, no me voy a caer arriba de mis necesidades’, porque a mí me pasaba y no quiero volver a eso”, graficó sin vueltas para resumir su resurrección.
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Daniel Villamea, periodista, hincha de River (no fanático), Maradoniano, adicto a Charly García, Borgiano y papá de Manuel y Santiago, mis socios en este proyecto independiente surgido de la pasión por contar historias y, si se puede, ayudar a otros.
Que triste historia, ojalá se recupere para siempre y se aferre a Dios todo poderoso para mantenerse firme y salir adelante victorioso con la ayuda y la bendición de Nuestro Señor Jesucristo.