Refugiado de guerra, habla cinco idiomas y sobrevive en total indigencia pidiendo comida en comercios de Oberá

Frederic Inocent, “Fredy” para quienes lo conocen, nació en Liberia, África. Años atrás trabajó para un conocido empresario local. La muerte de su benefactor lo dejó en la calle. Hoy sobrevive en la más absoluta indigencia y las autoridades miran para otro lado

Sus casi dos metros de altura, su robustez y su forma de caminar y gesticular -como si estuviera hablando solo- imponen una respetuosa distancia. Para muchos su presencia infunde temor; pero quienes lo conocen de tiempos mejores aseguran que es inofensivo, al punto que no hay registros de que haya agredido a alguien.

Tampoco se conoce si posee algún diagnóstico clínico, más allá de aislados y frustrados intentos de asistirlo por parte de autoridades obereñas. En realidad, nunca les interesó mucho ayudarlo.   

Se llama Frederic Inocent, tiene alrededor de 60 años y nació en Liberia, África, tal como él mismo contó años atrás a los muchos amigos que hizo en Oberá, quienes contaron que perteneció a una familia acaudalada y habla cinco idiomas.

Pero hace unos 15 años -ya en Misiones- perdió su trabajo y fue desalojado de la casa que habitada, en el predio de un conocido secadero, situación que lo empujó a la indigencia.

Hoy sobrevive en la zona del kilómetro 10 de la ex ruta 14, en un rincón de una chacra donde duerme cubierto por plásticos. De día camina hasta el centro en busca de comida que pide en diferentes comercios.

Varios conocidos de la zona comentaron que en más de una ocasión trataron de asistirlo, pero “Fredy”, como lo conocen, se resiste a recibir alimentos de ellos porque asegura que años atrás alguien quiso envenenarlo. Sobre su pasado, se pudo reconstruir que a principios de los 90, durante la primera guerra civil en Liberia, junto con un hermano y dos amigos se colaron en un barco con rumbo a América. 

“Los pesares del viaje fueron inhumanos, sin agua ni comida se fueron enfermando y tres de los cuatro fallecieron. Su hermano fue el primero que murió y tuvieron que lanzarlo al océano por la descomposición del cuerpo”, contó un antiguo amigo.

Llegada y adaptación

Semanas después el barco arribó al Puerto de Rosario, Santa Fe, y las autoridades constaron la presencia del único sobreviviente. Le dieron de comer, estuvo un par de días internado por la deshidratación y luego, por gestiones del Consulado de Liberia, viajó a Capital Federal en calidad de refugiado de guerra. 

Por su carisma innato, su cultura general y educación, enseguida consiguió trabajo como conserje en el Hotel Presidente, de calle Cerrito, en pleno centro de Capital Federal. También se desempeñó en el restaurante internacional Balthazar, del Bajo Belgrano. 

En este punto la historia contada por los conocidos cobra ribetes novelescos, porque aseguran que decidió irse al Brasil, donde vivió en un convento de monjas y se ganaba la comida haciendo trabajos de mantenimiento.
El relato de su llegada a Oberá tampoco es demasiado comprobable. En charlas con vecinos y conocidos, aseguraron que Fredy les contó que llegó a Campo Ramón tras cruzar a nado el río Uruguay, desde Brasil, donde sobrevivió varios meses de caminata por el monte comiendo frutas y raíces.

Sí es cierto que los primeros meses anduvo deambulando entre Villa Bonita y Campo Ramón, los lugareños le tenían miedo, llamaban a la Policía y en más de una oportunidad fue detenido y golpeado, aseguraron.  

Pero en un momento su suerte cambió, aprendió a tarefear y se ganó el afecto del patriarca de un conocido imperio tealero.   “Vivía en una chacra donde criaba conejos para su patrón y la familia, también tarefeaba. Se lo veía bien vestido, iba a las canchas y un tiempo atajaba”, recordaron.

Fredy pasa sus días en la más absoluta indigencia

“Es con Dios que habla”

Su vida en Oberá estaba encaminada y se lo veía haciendo compras y en diferentes eventos, como en la Fiesta Nacional del Inmigrante, donde paseaba con amigos y su figura no pasaba desapercibida porque la gustaba vestirse de blanco y era muy simpático.

Pero al fallecer su benefactor, Fredy evidenció problemas -tal vez por la cantidad de tragedias acumuladas en su vida- y comenzó su caída.

Poco a poco, afectado por su propios fantasmas y el destrato de algunos, dejó de relacionarse con la gente y se limita a saludar a los conocidos.

“A los chicos que conoce todavía les preguntaba por sus estudios, si les va bien y los anima a leer. A mi hija, años atrás, le ayudaba con las tareas de inglés. Pero la mayoría de la gente que lo cruza por la calle no sabe nada él y le tienen miedo porque anda serio o gesticulando. También hay racismo”, opinó una vecina del kilómetro 10.

Otro viejo amigo relató la esencia de Fredy, con quien compartió muchas vivencias.

“Lo conozco gracias a Jesús, porque compartimos muchas charlas cristianas. Hoy día muchas veces lo echan de lugares por su apariencia exterior y su disminuido castellano, ya que no puede hablar fluidamente con otros. Se burlan de él porque viene cantando alabanzas cristianas en francés y dicen que habla solo, pero es con Dios que habla. Siempre es fácil dar un diagnóstico de loco, así es más fácil no ver, no escuchar”, reflexionó.

Emocionado, subrayó que “es bien cristiano y no niega a Jesús, a pesar de estar así. Es simple, él no mira las apariencias externas; sino como lo hace Jesús, mira al corazón”. Años atrás el Juzgado de Familia y la Municipalidad intervinieron en el caso, pero los trámites se estancaron en la burocracia y Fredy sigue arrastrando sus pesares ante la indiferencia de casi todos.

Por las noches se cubre con un plástico

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